13 enero 2007

Una historia sobre pianos

Las historias sobre pianos siempre son largas historias. Anoche, tomando unas cervezas en un bar con adoquines a la sevillana y sillas de madera como las del colegio, me contaron otra historia de pianos.

Fue Julianne Moore hablando de otra cosa, que mencionó algo sobre cuando ella tocaba el piano. Añadió algo así como que bueno, que eso era una larga historia. Y no pude evitar pedirle que me la contara.

Ella era una niña pequeña con dedos pequeños, pero había despertado un gran interés en esa mesaza sonora con teclas y pedales. Nada de conservatorio, le daba clases una amiga de sus padres que tenía piano en casa.

No recuerdo cuanto tiempo me dijo que estuvo dando clases, seguramente por algunos años de manera esporádica. Su profesora estaba tan ilusionada con las clases como ella. Despertaba seguramente, esa pasión docente que provoca un alumno joven entusiasmado (es la excusa del maestro para justificar su cordura).

Pues al cabo de un tiempo, con voz de niña pelirroja y de ojos negros como los semitonos del teclado, Julianne pregunto a su padre si le podía comprar un piano. Que no quería parecer caprichosa pero que era su ilusión poder practicar en casa más a menudo.

Papá hacia ya algún tiempo que andaba descargando su amor en otra cama fuera de casa. Y ella dice que por entonces ya no era secreto y que se veía venir cambios estructurales en la familia.

El divorcio se hizo efectivo unas navidades. Meses antes, los amigos con el piano ya sabían de todo aquel lío y él había preferido que su mujer no se viera más con la hija del que había hecho eso a su familia. Evitaremos tensiones – explicó a la maestra que no entendía nada.

Así que la pequeña pianista se quedó de golpe sin la palabra "papás", sin profesora y sin piano. Si las navidades ya son familiarmente engorrosas, aquellas fueron aún peores.

A pesar del trajín que se llevaban por medio, papá no había olvidado que era lo que su pelirrojita más podía desear como regalo de navidad. En un esfuerzo de imaginación empujado por un bolsillo maltrecho con los cambios de rutina, casa y abogados, papá le regaló un teclado a la imagen y semejanza del de un Pleyel pero pintado sobre una tabla. Así que dejó de tocar el piano para siempre.

Anoche entendí que hablar de pianos para ella significa recordar algo doloroso además de una puta tabla. Si Julianne prefería como regalo más bien que su padre arreglara sus cosas con mamá solo son suposiciones mías, aunque de eso no voy a escribir porque esas historias son siempre largas historias



2 comentarios:

Carolina dijo...

Que bueno que has vuelto. Aún cuando es triste tu historia es hermosa a la vez.

eSadElBlOg dijo...

que historia más triste.