29 marzo 2007

A la hora de comer

A la hora de comer, irá a la tienda de pasta para llevar. Pedirá lasaña vegetal y una Coke Light. Se sentará en el parque a intentar dejar de pensar en el trabajo, a darle un tiempo a su novela, pero acabará mirando a las chicas disfrutar de la primavera.

Estornudará tres veces por la alergia y se recostará manoseando la hierba. Tendrá los ojos entornados por la luz y alguna idea para escribir se cruzará en el estómago con la lasaña.

Abrirá su cuaderno con pereza. Hará un dibujo de unas piernas abiertas e inventará un nombre para una mujer enamoradiza, liviana, inteligente. Tras apagar el cigarro en la hierba, se levantará pesadamente sacudiéndose el pantalón y volverá a la oficina.

Mientras suba en el ascensor, eructará jocosamente y se limpiará un diente con los dedos frente al espejo. Se sonreirá a si mismo y saldrá al pasillo para volver al trabajo sin ideas aunque sin hambre.
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A la hora de comer, fui a la tienda de pasta para llevar. Pedí lasaña vegetal y una Coke Light. Me senté en el parque a intentar dejar de pensar en el trabajo, a darle un tiempo a mi novela, pero acabé mirando a las chicas disfrutar de la primavera.

Estornudé tres veces por la alergia y me recosté manoseando la hierba. Tenía los ojos entornados por la luz.

No podía pensar en otra cosa más que en colarme entre las piernas de aquella mujer que tenía enfrente para toda la tarde. Tras apagar el cigarro en la hierba, me levanté sacudiéndome el pantalón y me acerqué a ella.

Mientras subíamos en el ascensor, me miró primero y me agarró después. La apreté contra el espejo mientras buscaba sus piernas bajo el vestido. Me mordía los labios y me tiraba del pelo, nos respirábamos, nos lamíamos. Buscaba mi sexo que se inflamaba bajo el pantalón, se me calló el cuaderno al suelo y el ascensor llegó a su planta. Salimos al pasillo tropezando y sonriendo lascivamente. Volví a mi trabajo sudando y desconcertado y el viejo de Bob lo notó.

27 marzo 2007

diarios nocturnos

[nunca quise postear nada que no escribiera específicamente para el blog, pero esta va por ti nanci, a ver si te gusta]

27.10.96.4:27

¡Arde Roma!. Lava se me ha colado en mi cuerpo, sabia ardiente recorre mis venas y arterias, soy ya más un mártir que un pobre diablillo, el caos funde los sueños y los desastres en mi gris, me duelo, me pego, y sufro, quiero chillar y escupir humo negro y comprender mis poderosos diecisiete años y mi inmaculada virginidad, un canto a los dioses, una plegaria a las ranas, la huida tramada, la escapada libertadora.

Si no quedan amigos, buscaré otros. Si fallan ellas... escribiré. Si fallan los dos, entonces ya me pararé un momento para pensar, todo se mezcla densamente, no hay libros que expliquen la vida, todo cuenta y yo no.

La Retirada a la Fortaleza es parte de mi arsenal más poderoso, las lágrimas se secaron y sólo es hielo lo que rodea mi estómago, ¿queda algo por descubrir?, esto me convence, pero cuando saldré de este terrible sueño dulce. Ahora ya no existen las fantasías del recreo, los guiones pasan a lo vivo y los autores mueren sin firmar, ¿y yo qué? acaso no puedo hacer mi propio guión, quisiera manejar personajes y jugar con dados de cinco caras a mi favor, quizá es aquí donde me pierdo, yo salto de nenúfar en nenúfar y ellos aunque van por los corrientes árboles, trepan y vuelan de uno en otro, por el camino dejando grietas e historietas, miles de fotografías.

Esta noche tres son dos y yo ya no soy ni uno. Vivir no es más que tergiversar todos los datos, cóctel explosivo de setas venenosas; eso es lo que eres tú: peligrosa.

La lava ya la he apagado, veneno arde esta vez en ese cuerpo que me ha tocado arrastrar, largos dientes me han salido. Y ya corro a la calle en busca de presas de sangre caliente, me he cruzado con dos pollos, unas pasas y varios limones, pero yo quiero carne sabrosa, exquisito bocado, algo más cercano a lo máximo. Más de mil estrategias y otros tantos trucos sucios utilicé pero no fueron suficientes para escapar de la realidad que me tocó pagar.

Voy ha ir unos pasos más allá, necesitaré algún apoyo y hasta perderé los que me he buscado, sin embargo la Fortaleza nunca se caerá, siempre habrá un refugio donde ir, una pluma, y tinta roja para escribir sobre lo que nadie quiere conversar y algún día no volveré de mi castillo y seré guardián de mis tesoros y me rogareis la entrada y mi rencor os escupirá en un ojo para llorar hojas de acacia, seguro que alguien viene en globo (inteligente idea) y me rescata de allí para compartir hojas y hojas de diarios nocturnos junto a duendes y macetas parlantes. De momento no sé dónde apoyarme. Soy débil, muy débil y me tiráis al cuello.

22 marzo 2007

Ombligo - Tiempo


Cada vez que Esteso se tocaba el ombligo, todos los relojes del mundo se paraban.
Durante toda su vida había utilizado esta cualidad de una manera razonable. Algo de tiempo antes de un partido de futbol, en su primera cita para buscar la respuesta perfectamente "improvisada" e incluso para evitar algún accidente y salvar vidas.

Obviamente, cualquier cualidad de esta naturaleza se mantiene en secreto y Esteso había aprendido a hacerlo desde su primera experiencia “temporal”. Fue en los baños de las chicas de la piscina pública. Sosón y él tenían ya once años y se asomaban por las ventanas de los vestuarios haciendo malabarismos con una caja de Mahou. Tanto disfrutaban con el espectáculo, que Esteso se echó la mano al estómago para sujetarse la risa nerviosa. De repente Sosón se heló sobre un pie. Su cara, sus rizos, la caja de cerveza, el agua de las duchas, la maquina tragaperras, el humo del asadero, todo se congeló en un instante. Esteso pensó que estaba soñando, pero el sudor seguía en su frente y el culo le dolía de verdad después de caerse de la caja.

Como no había forma de demostrárselo a nadie, llegó a la conclusión de que ese debía ser su don personal. Si había gente que podía andar sobre fuego, gente que podía tragar espadas o gente que se doblaba y se metía en una caja de una tele, pues a él le debía haber tocado el poder “ombligo-tiempo”.

Las tentaciones fueron muchas y muy frecuentes durante su vida, pero él sabía que las grandes responsabilidades sólo se manejan con enromes dosis de sensatez y calma. Así es que no se frotó el ombligo la primera vez que se acostó con Lucía, su profesora de plástica de la universidad. Tampoco lo hizo en su décima convocatoria para las oposiciones ni cuando perdió el vuelo de su luna de miel a las Azores. Le costaba en particular reprimirse con las apuestas, las vacaciones y a las 5.30 de la mañana que se levantaba cada día para ir a trabajar sin atascos. Sin embargo, le gustaba anotar estas tentaciones en un cuaderno que guardaba con recelo bajo la almohada. Cuando sentía alguna debilidad, ojeaba el cuaderno de cientos y cientos de páginas y se enorgullecía lo suficiente para frenar sus deseos y no acercar el dedo índice a ese agujero sucio y raro de la barriga.

A la edad de ochenta y seis años, Esteso Callosa dormitaba en un hospital cerca de su barrio rodeado de sus dos hijas, algunos familiares y Guzmán Sosón. Según el médico de prácticas de turno, podía pasar en cualquier momento. El viejo se quitó la máscara del oxigeno y llamó a sus hijas para que se acercaran a su lecho. El resto de acompañantes simplemente acercaron la oreja. Sentadas a cada lado de la cama, su padres les dijo que estuvieran tranquilas que él no iba a morir todavía y que iba a contarles un secreto. El abuelo Esteso era famoso por su habilidad para narrar cuentos, usaba el mismo tono que en las películas, miraba a los ojos con gran expresividad y a sus nietos los embelesaba como un mago en el circo. Tomó su gesto de cuentacuentos y les fue narrando a sus gemelas la historia de su particular don, de cuantas veces le había sacado de apuros, de cuantas otras miles había renunciado a él y de cómo había llevado todo en estricto secreto hasta entonces. Al acabar, exhausto por el esfuerzo, les susurró donde tenía escondido su diario y cerró los párpados blancos sobre la almohada. Ellas se miraron con los ojos aguosos y pañuelos en la nariz, dolidas, agotadas. Esteso dejó de respirar dejando una gran sonrisa entre un montón de arrugas y un dedo gordo y duro dentro de su ombligo.

21 marzo 2007

El indomable Sacristán

Caraculo era un niño tan feliz y normal como cualquiera a su edad en los tiempos que corrían. Sin embargo, al final de un verano, con la siega acabada y siguiendo los consejos de un tío abuelo de la familia, sus padres decidieron que era hora de llevarlo al colegio. Los pobres pensaron que así aspiraría a una vida mejor que la que le ofrecía la tierra.

El jaleo de la clase se apagó tan pronto entró en la clase. Todos los crios lo miraron asombrados en el día de presentaciones de la clase de Doña Petra. Los que podían articular palabra lo hacían cuchicheando por lo vagini, pero la mayoría simplemente no podían salir de su asombro. Delante de ellos tenían a buen seguro, el niño más feo que habían visto en toda sus vidas.

La única escuela de Torre Frita sólo tenía dos cursos y una profesora. Los estudiantes se repartían entre los que sabían hacer una “o” con un canuto y sumar, y los que más bien no. Así que el pobre Caraculo cayó en el curso de los más benjamines y los más cazurros de Torre Frita. Doña Petra, que siempre sabía como lidiar a aquellas bestias, puso en un santiamén a toda la clase a pintar la verbena de Agosto (que aún era tema de conversación).

Sus padres estuvieron con sus faenas de cada día, pero imaginado en silencio el futuro de su hijo. La señora Milagros se lo veía ya como periodista, boticario o hasta alcalde, recogiéndola un domingo para llevarlo al altar con la hija de los Carpacho. El bueno de Jeremías, que siempre fue más prudente que su parienta, se sonreía haciéndose a su hijito con sombrero de ala vendiendo caballos de feria en feria, conociendo mundo y ahorrando un buen dinero.

Cuando Caraculo asomó por la loma de vuelta al cortijo, la Milagros le pegó un silbido al Jeremías y salieron más bien apresurados al encuentro de lo que ya era una promesa de futuro y bienestar para todos. El padre se paró a la mitad, pero ella lo abrazó como si volviera de la guerra. Lo meneaba, le preguntaba mil cosas a la vez, lo revisaba buscando ya cambios en su cuerpo (aunque lo habia dejado al amanecer en la puerta de la iglesia). Pero el zagal no soltaba prenda.

Cabizbajo y asintiendo para que lo dejaran en paz, se fue al corral a ver si encontraba algo de leche. Cogió un taco de madera para sentarse en el suelo, ató a la Candela a una viga y puso el caldero de hojalata debajo para ordeñarla. Ni eran los Carpacho para estar dándose caprichosos de ese tipo fuera de las comidas, ni eran formas de tratar a sus padres, pero Jeremías consoló a su mujer con explicaciones sobre lo duro que es el pueblo, que ya sabía que la gente era más bien estirada y rara, que seguramente ya habría tenido algún contacto con alguna otra estudiante, que igual estaba tocado con cosas del amor. Que le diera cuartelillo y que a la noche hablarían con él.

(...)

13 marzo 2007

Lo llevo fatal

Aunque son un regalo buenísimo, siempre me han caído gordos los libros de autoayuda, los “manuales mágicos” y los libros de recetas. Pero como siempre dicen “nene, si quieres saber, cómprate un libro”, pues eso ha hecho el nene.

“Escribir novelas, 16 pasos para el éxito”. Me esta dando grima escribirlo y todo.

Bueno, el caso es que el libro no está tan mal. Analiza los puntos más importantes que suelen coincidir en toda novela: desarrollo de personajes, tipos de historias y posibles estilos (todo bastante pim pam pum, muy categorizado, muy a lo yanki). Me gustó porque fue el más “científico” que encontré. Si nunca los habéis buscado en la librería, no dudar la próxima vez en echarles un ojo (los títulos son como los anuncios de cremas antienvejecimiento).

Cada capítulo que leo, más me desanimo con mi idea de escribir una novela. Cada consejo que leo me parece significar “¿a donde vas chaval?” y cada regla o norma que se expone me parece más un castigo que un consejo. Para colmo no sé si quiero un personaje masculino o femenino, que registro usar y mucho mejor aún, no tengo una historia sólida para empezar.

Gracias por vuestros ánimos, consejos y emilios, pero creo que me voy a regalar “Cocina de microondas” un día de estos.

Ilustracion: klaas

10 marzo 2007

A oscuras.

Cuando volvió la luz, descubrió que también iba a tener problemas con la comida y el frío. Miró a su caniche francés de dos cabezas y supo que tendría que comérselo pronto si nadie la empezaba a echar de menos. La idea de no ser capaz de ser una chica superpopular le pinchó en el estómago y se mordió los labios otra vez a oscuras.